Málaga, España - Una mañana, mi compañera Alejandra Cuéllar me propuso acompañar la Coalición Flotilla de la Libertad de Gaza, una red internacional de iniciativas humanitarias que, desde hace 17 años, ha buscado romper el cerco impuesto por Israel sobre Gaza para llevar ayuda. La Coalición, compuesta este año por 20 delegaciones de distintos países, planeaba enlazar desde Malta una cadena de barcos a lo largo del Mediterráneo para reunir insumos médicos y alimentos.
Thiago Ávila, organizador brasileño de la Flotilla, le había hecho la invitación a Alejandra. Y ella luego a mí. Ambas aceptamos sin titubear. “Vamos a grabar, guionar, escribir y filmar. Vamos a convertir esta experiencia periodística en un manifiesto de solidaridad internacional. Vamos a hacer esto y aquello”, decíamos. Jamás nos imaginamos que nuestro barco iba a ser blanco de bombardeos.
Un deseo primigenio
Desde niña, Gaza fue una herida abierta en casa. Mi madre, con su historia de destierro y supervivencia, vivía cada noticia de Palestina como un parte de guerra personal.
En 1995, cuando un trabajo estatal nos llevó de Bogotá a Boyacá, no sabíamos que el contrato incluía sobrevivir a la Colombia paramilitar. Tenía cuatro años. Mamá, 27, y el altiplano se convirtió en un paisaje de cabezas cercenadas arrastradas por la lluvia. Fue entonces cuando empezó una travesía cruzada por el desplazamiento forzado.
Mientras crecía entre esos horrores, dos imágenes estremecieron la narrativa cotidiana en casa: el desplome de las Torres Gemelas y el cadáver del lider palestino, Yasser Arafat envuelto en la bandera palestina. "¿Qué pasará con Palestina?", le preguntaba yo a mamá ya adolescente, entre las guerras de afuera y las de adentro—estas últimas tan brutales que a veces solo nos quedaba escondernos en el baño para murmurar las noticias—. Gaza siempre estuvo de fondo, como un espejo lejano de nuestra propia entereza.
Un castigo colectivo: Colombia gazificada
Esa experiencia me llevó a estudiar Historia y, con el tiempo, a acercarme al movimiento de víctimas de crímenes de Estado, en especial a las de la Unión Patriótica (UP). El partido, creado en 1985 tras el acuerdo de paz entre el gobierno de Betancur y la guerrilla de las FARC —surgida en 1964 al calor del movimiento tercermundista internacional—, había logrado romper el techo electoral de la izquierda colombiana. Además de la insurgencia, la UP agrupaba a sectores de la izquierda del Partido Liberal, aunque la mayor participación provenía del Partido Comunista. Al éxito electoral de este frente político, se respondió con una masacre sistemática organizada desde el Estado: en menos de dos décadas, 8.000 de sus militantes —líderes sociales, campesinos, sindicalistas, parlamentarios— fueron exterminados. La estrategia militar anti insurgente, auspiciada por el Plan Cóndor desde los Estados Unidos hacia América Latina, se imponía sobre la voluntad pacífica de la mayoría del pueblo colombiano.
El Estado colombiano fue condenado por tribunales internacionales por aquel intento de genocidio político. Y entre las sombras de esos fallos emergió un dato revelador: Israel, como en otras operaciones criminales de las élites transnacionales, tuvo un rol clave. Paramilitares confesaron que mercenarios israelíes como Refi Eitan y Yair Klein los entrenaron en tácticas de terror, desplazamiento forzado y apropiación de tierras, la especialidad nacional de sus instructores. Su huella quedó impresa en el Baile Rojo, el eufemismo usado por narcos, políticos y militares para encubrir el exterminio de la UP.
Este genocidio no fue un caso aislado, sino parte de una estrategia nacional: desde los 80, nueve millones de colombianos fueron desplazados por la violencia paramilitar, nutrida con tecnología y métodos israelíes. Por eso, cuando en círculos académicos llaman a Colombia “la Israel de América Latina", el mote incomoda por su inexactitud. Durante décadas, el país fue el mayor comprador de armamento israelí, mientras el paramilitarismo—entrenado, financiado y asesorado—gazificaba el territorio.
La Flotilla de la Libertad: un puente de mundo
Malta fue la ciudad escogida por la Coalición para llevar a cabo su misión en 2025. Otros puertos a lo largo de Europa —desde Inglaterra hasta España— han tenido que evidenciar, en los últimos 17 años, su implicación estratégica en el bloqueo sionista al ser parte del boicot contra la acción humanitaria.
En Malta, la Coalición de la Flotilla de la Libertad nos recibió con lecciones de historia viva. Entre los participantes había sobrevivientes del Mavi Marmara, la embarcación atacada en 2010, cuando las fuerzas israelíes abrieron fuego contra la tripulación alegando motivos de “seguridad nacional”. La represión dejó un saldo lamentable de 10 personas asesinadas y al menos 60 heridas. Durante 17 años, estas aguas han sido testigos de intercepciones ilegales en alta mar, detenciones en la ciudad costera de Asdod (en territorio palestino ocupado) y deportaciones masivas.
El entusiasmo de las delegaciones —incluidas veteranas de la flotilla femenina— era contagioso. "Aquí los miedos se quedan en tierra", repetía Jeanette Escanilla, organizadora chilena y exiliada en Noruega, mientras relataba cómo el sionismo ha convertido el Mediterráneo en un campo de batalla. “Lo más impresionante que vi cuando nos arrestaron en Asdod fue el contraste de las luces en medio de la noche. Fijé mis ojos en Gaza, apenas se distinguían unas tímidas luces en el horizonte. Pero cuando llegamos a las costas dominadas por Israel, la luz nos encegueció. La ciudad era una réplica despampanante de Miami, con sus torres iluminadas”, Jeanette hizo una pausa, dolida. “Ese contraste me rompió el corazón”.
Tras dos días en calma en la ciudad de La Valeta, dedicados a la formación para la intervención humanitaria, el 1° de mayo los planes se trastocaron: la mañana comenzó con reuniones logísticas y terminó en caos. A las 5 p. m., rostros sombríos en el centro de coordinación, anunciaron la primera advertencia: un bufete de abogados estadounidense había conseguido que 25 países presionaran a Malta para que dejara al Conscience sin bandera, una estrategia que la volvía vulnerable en altamar. Sabíamos que nos estaban vigilando. El barco así ya no tenía permiso para atracar en el puerto ni recoger a las delegaciones internacionales.
La orden fue clara: alcanzar el barco en botes al amanecer. Pero a la 1:30 am, drones lo bombardearon. "¡Arriba, atacaron el barco!", nos despertó una voz. A la mañana, supimos que la tripulación había controlado el incendio, mientras el Times of Malta reportaba el vuelo sospechoso de un Hércules antes y después del ataque en aguas europeas.
Las siguientes 48 horas, la guardia costera maltesa bloqueó el acceso de tres botes que intentaban asistir al Conscience, amenazando incluso con cancelar los permisos de los conductores contratados para ayudar. Como periodista me hice presente en una de las embarcaciones de ayuda, pregunté a las autoridades por qué no se nos permitía alcanzar al barco, pero mis preguntas solo recibieron silencio. El barco había sido secuestrado. Malta criminalizó a la tripulación en plena crisis.
Con todo, la presión ciudadana que se multiplicó con el episodio, obligó al gobierno a negociar con la Coalición de la Flotilla. Y así se garantizó el retorno seguro de la tripulación del barco —al menos 18 personas que habían quedado desprotegidas en alta mar desde que se obligó al Conscience a bajar su bandera el 1° de mayo—. El gobierno local también se comprometió a realizar las reparaciones necesarias en la embarcación.
El operativo fue discreto, casi clandestino, hasta que activistas interceptaron en el aeropuerto a Ismail Songür —líder de la tripulación del Conscience e hijo de un mártir del Mavi Marmara—. Hasta ese momento, Songür había sido el puente de comunicación entre las delegaciones de la Coalición en tierra y la tripulación retenida en el Conscience. Entre maletas y prisas, acusó a Israel y denunció la complicidad europea antes de volar a Türkiye.
Colombia solidarizada con Gaza
Contrario a la perturbadora participación europea en el genocidio al pueblo de Gaza, el presidente de Colombia, Gustavo Petro, y el expresidente de Bolivia, Evo Morales, no dudaron en denunciar las atrocidades de Israel y exigir que se permitiera el ingreso de ayuda humanitaria.
En uno de sus posteos, Petro afirmó: "Alejandra Cuellar y Diana Carolina Alfonso, periodistas colombianas del diario Red, se encuentran en la flotilla de la libertad bombardeada ayer por drones al parecer de Israel; el barco iba con cargamentos de alimentos para Gaza y se encuentra cerca de Malta con posibilidad de hundimiento."
En otro mensaje, expresó: "La solidaridad es la máxima expresión del ser humano, el ataque a la solidaridad humana es de nazis." Además, Petro calificó al primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, de "criminal".
Tras un año exacto de ruptura de las relaciones políticas entre Israel y Colombia, la postura de nuestro país en medio de esta coyuntura desatada por Israel y sus cómplices occidentales, fundamenta una definición nacional y solidaria que va más allá de nuestra participación como periodistas en la CFF (Coalition Freedom Flotilla). De no romper el bloqueo, hemos de acordar con el presidente Petro, en el discurso que definió nuestro trasegar antisionista como nación el 1° de mayo de 2024, que si “Gaza muere, morirá la humanidad”.
Finalmente, con el regreso de la tripulación del Conscience a tierra firme, la Coalición decidió rearmarse de energías para reorganizar la Flotilla en los próximos meses, con la esperanza de que la embarcación no vuelva a ser blanco de otro atentado, auspiciado por los tentáculos de Israel en el Mediterráneo. La despedida de las delegaciones en las últimas 48 horas nos dejó más preguntas que respuestas. Es evidente que la correlación de fuerzas del eje euroatlántico sionista impulsará todo tipo de boicot contra la Coalición, sin reparar siquiera en las consecuencias que las operaciones militares israelíes puedan tener sobre la política de seguridad europea.
¿Qué haremos para romper el asedio a Gaza? Esa fue la gran pregunta que se repetía entre las delegaciones internacionales mientras hacíamos las maletas para regresar a nuestros países.
Para los palestinos de primera, segunda e incluso tercera generación —dispersos entre las delegaciones de Alemania, América Latina o Noruega— la respuesta fue tajante: “Volveremos, y entraremos a Gaza, aunque sea lo último que hagamos”. Por parte de la delegación colombiana, no dudamos en responder: Seguiremos pensando y ejecutando todo tipo de acciones pacíficas, con el objetivo de romper el cerco mediático, territorial y humano. Sea cual sea el costo, estaremos siempre al servicio de la vida en Gaza.
Israel busca influir en la comunidad drusa del sur de Siria para debilitar al Gobierno de Damasco y, en medio de la inestabilidad regional, crear un enclave alineado con sus intereses.