En la cosmovisión mesoamericana, la vida y la muerte no eran enemigas. Eran aliadas y compañeras en un ciclo eterno donde morir no significaba desaparecer, sino transformarse. Así como el sol moría cada atardecer para renacer al amanecer, y el maíz se sembraba en la profundidad de la tierra para brotar verde, los seres humanos también debían pasar por sus propias muertes para volver más sabios, más limpios y más fuertes.
Pocas prácticas encarnan esta filosofía como el temazcal. Esta palabra en náhuatl, lengua indígena de México, significa “casa de vapor”. A grandes rasgos, una estructura cerrada de adobe, barro o piedra, donde piedras ardientes liberan vapor al contacto con agua y hierbas. Pero también es un ritual de renacimiento y un sitio donde simbólicamente se muere para volver a nacer, como se hacía desde tiempos prehispánicos.
En un centro comunitario del centro de la Ciudad de México, Blanca, estudiante de marketing originaria de Puebla, ha llegado a una ceremonia sin saber mucho del temazcal. “Una amiga me lo recomendó. Me dijo que me iba a ayudar porque traigo un dolor en el pecho que ya no puedo. Lo único que me pidió es que confiara”.
Unos metros más atrás, Lucas, un empresario italiano que lleva más de cinco años en México, cuenta que esta es la quinta vez que entra a un temazcal. “Me ayuda a entenderme mejor y a saber lo que necesito dejar atrás para seguir avanzando”, dice con seguridad.
Esta ceremonia ancestral sigue viva en México. Aún hoy es posible encontrar estructuras abovedadas que buscan simular un útero, el de la Madre Tierra, y recrear en su interior el calor del vientre materno. Especialmente en regiones con fuerte presencia indígena como Guerrero, Oaxaca, Puebla, Jalisco, Veracruz, Chiapas, Morelos o Hidalgo. Además, es reconocido como parte del patrimonio cultural de México, y organismos como el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) y la Secretaría de Cultura han promovido su conservación.
Entre agua, hierbas y fuego se busca la sanación
Rubén Delgadillo, maestro temazcalero mexicano de 44 años, lleva más de tres décadas compartiendo este conocimiento ancestral con el mundo. Su interés nació en la cocina de su abuela, rodeada de hierbas y especias, o tal vez con su madre, que desde niña mostró un don especial para el temazcal.
Desde los 13 años, ha guiado decenas de temazcales y hoy porta el bastón de mando como “abuelo” de temazcal, título que reconoce a quienes han sido elegidos para transmitir y resguardar esta medicina ancestral. “El temazcal es un ritual que conlleva una ceremonia de sanación y de purificación del ser. Lo que se busca es alcanzar un equilibrio en tu energía”, explica Rubén, cuyo nombre de tradición es Yaokiawuitl, que significa guerrero de la lluvia.
Antes de entrar, cada participante es purificado con humo de hierbas y copal que se pasa alrededor del cuerpo como una forma de limpieza energética. Una vez adentro, se introducen piedras volcánicas al rojo vivo que se rocían con agua infusionada con hierbas seleccionadas por el temazcalero según el propósito de la ceremonia. Esto genera el vapor que envuelve el espacio.
Al inicio, se realizan respiraciones profundas que funcionan como una meditación guiada para conectar con el cuerpo y comenzar un proceso de introspección. Ruben señala que con el calor —que puede llegar a alcanzar los 70 grados centígrados—, muchas personas comienzan a reconocer dolores físicos o emociones contenidas.
Atravesar las cuatro puertas
La ceremonia puede durar hasta dos horas y está dividida en cuatro etapas. “Mucha gente las llama ‘cuatro puertas’. Estas etapas están ligadas a los cuatro rumbos del universo: la primera puerta es el oriente, la segunda el sur, la tercera el poniente y la cuarta el norte. Juntas trazan una cruz cósmica universal”, detalla Rubén. Luego, sin apresurarse, desgrana el significado profundo de cada una.
La primera puerta es el momento de presentarse y reconocer “¿Quién soy?”. En la segunda se plantea la pregunta “¿Qué busco?”, para luego enfrentarse a las sombras internas, los miedos, la tristeza, la envidia y el enojo que impiden el equilibrio. La tercera es un espacio de transformación, donde se decide qué aspectos negativos dejar atrás. Finalmente, la cuarta puerta es el momento de la reflexión en el que se comparte lo vivido y se reconoce el aprendizaje obtenido.
Durante todo el proceso los temazcaleros acompañan a los participantes con cánticos y/o música prehispánica, guiando el tránsito energético del grupo. “En el temazcal se genera una expansión de energía tan poderosa que sobrepasa el cuerpo físico. Es una fuerza que nace del centro, donde están las piedras, y se eleva con el pensamiento y la emoción hacia el universo. Lo que hacemos (los guías) es bajar y canalizar toda esa energía universal para ayudar a la gente en su sanación”, agrega Rubén.
Pero ¿qué es lo que cura?
Esta práctica ancestral ha sido reconocida por sus efectos en múltiples niveles. Según cronistas del siglo XVI, cumplía funciones higiénicas, religiosas, terapéuticas y de tratamiento postparto en la época prehispánica. Actualmente, especialistas como Alfonso J. Aparicio, antropólogo médico, afirman que el temazcal actúa en tres dimensiones del ser humano: la física, la comunitaria y la simbólica.
Rubén lo resume sin dudar: “El temazcal lo cura todo, porque tiene el poder de purificar, restablecer el flujo de energía, además de que favorece el equilibrio del cuerpo, el espíritu y las emociones”.
Más allá de lo simbólico y lo emocional, también hay evidencia científica que respalda sus efectos. La Biblioteca de Medicina Tradicional Mexicana de la Universidad Nacional Autónoma de México considera que el calor y la humedad del temazcal intensifican la sudoración, descongestionan las vías respiratorias, relajan los músculos y estimulan la circulación. Además, señala que al incorporar plantas medicinales en el vapor, se potencian efectos farmacológicos reales.
En ese sentido, el Centro de Estudios de las Culturas en Guatemala señala que el temazcal forma parte de la medicina bioenergética por su comprensión del equilibrio frío-calor. Sus beneficios han sido especialmente documentados en procesos de desintoxicación, dolencias musculares y en mujeres embarazadas.
A 20 kilómetros de la capital, en un temazcal en el estado de México, Magaly, asidua a este ritual desde hace más de dos décadas, afirma que le ha ayudado a estabilizarse en muchos sentidos. “Empecé a vivirlo como un ritual de sanación, purificación y conexión con la naturaleza, pero también me ha ayudado a desintoxicarme porque libero toxinas e impurezas del cuerpo y se fortalece mi sistema inmunológico”, comenta. “Cada sesión es también un momento de gratitud y reflexión, siento que a veces no agradecemos lo que tenemos. El temazcal me ayuda a detenerme y a conectar”.
¿Tradición o moda?
En la época prehispánica, el temazcal era un espacio de protección y renovación. Los jugadores de pelota y las mujeres que daban a luz pasaban por él para purificarse y fortalecerse ante los dioses. Hoy, aunque muchos temazcales siguen siendo lugares de transformación espiritual, también han surgido versiones adaptadas en spas y centros de bienestar.
Esto ha generado preocupación por la banalización de la práctica, ya que no todos los guías están formados en su dimensión cultural y espiritual. “No es fácil hacer temazcales; hay que saber mucha filosofía, mucha cosmovisión y mucha teología”, advierte Rubén, quien también es maestro en Fitoterapia, Salud y Plantas Medicinales por la Universidad de Barcelona.
Aun así, muchos de estos espacios modernos conservan el espíritu original. Para el antropólogo médico Alfonso Aparicio, su valor radica en que integran elementos tradicionales con necesidades contemporáneas. Y puntualiza: “El grado relativo de interculturalidad que cada temazcal posee le confiere capacidad para mantener vivas en el presente las tradiciones del pasado”.
La popularización del temazcal, junto con la creciente gentrificación en el país, ha dado paso a la proliferación de espacios que imitan el ritual, pero que no siempre conservan su verdadera esencia. Magaly coincide con esta preocupación. “Tristemente, hay temazcales que se han vuelto más sociales, y con ello se ha ido perdiendo la espiritualidad y la tradición. Pero lo que es un hecho es que cuando el temazcal es auténtico, se nota en la mente y en el cuerpo. Cuando uno sale de un temazcal nunca es el mismo”, reflexiona.