Gaza, Palestina - "Antes éramos una familia feliz", cuenta Ahmad Al-Ayyobi, padre palestino de tres hijos, a TRT Español. “Pero la guerra en Gaza cambió nuestra vida por completo, especialmente la de mi hijo Adam”.
Adam, ahora de cinco años, era un niño entusiasta y confiado, y solía hablar con amigos y vecinos. Compartía juguetes con su hermana y jugaban juntos a las escondidas.
A menudo, acompañaba a su padre en sus quehaceres por las calles de Gaza y, de camino, paraban a comer pizza en el centro comercial. En ese entonces, soñaba con convertirse en dentista.
Su pasatiempo favorito era montar su bicicleta de tres ruedas a toda velocidad. Incluso dentro de casa. En ocasiones, salía con la bicicleta con amigos o con su padre hasta el parque, o recorría las calles del vecindario de Shuyahía, en el sur de la Ciudad Vieja de Gaza, cerca de su hogar.
Pero todo eso cambiaría de pronto y para siempre.
Bombas y desplazamiento
El 7 de noviembre de 2023, cuando el ejército israelí lanzó una masiva campaña de bombardeos sobre Shuyahía, Adam estaba dentro de la casa montando en su bicicleta.
Cuando comenzaron a caer las bombas, Adam estaba aterrorizado y gritaba "Baba, Baba", mientras su padre corría para llevarlo a un lugar seguro de la casa. Toda la familia, incluida la esposa de Ahmad y su hija Joori, de tres años, se arrojó al suelo mientras Adam, paralizado por el miedo, se cubría la cabeza con las manos y no paraba de gritar.
Cuando las bombas se detuvieron por un momento, Ahmad comenzó a recitar sus oraciones, y Adam se unió a él. Hasta que, de pronto, un ataque aéreo destruyó la mitad de la casa de los Al-Ayyobi. Solo una habitación y un pequeño pasillo quedaron intactos.
"Fue la experiencia más horrorosa de nuestra vida”, recuerda Ahmad. “Esa noche vimos la muerte con nuestros propios ojos”.
La familia sobrevivió, pero Ahmad, quien estuvo más cerca de la explosión, sufrió algunas heridas. Sin embargo, su mayor preocupación era que Adam no podía salir del estado de shock. Intentó tranquilizar al niño, pero no respondía. Algo en él se había quebrado.
Tras los bombardeos, la familia quedó atrapada entre los escombros, sin posibilidad de salir, ya que las escaleras estaban derrumbadas. Permanecieron allí sepultados durante seis horas, hasta que un vecino encontró una escalera y pudieron salir. Fueron trasladados al principal hospital de Gaza, Al-Shifa, donde Ahmad tuvo que ser operado debido a que cuatro fragmentos de metralla se le habían incrustado en la espalda.
Con su hogar destruido, la familia se dirigió al sur de Gaza. Buscaron refugio en casa de un primo, en la ciudad de Deir Al-Balah. Fueron a pie; Ahmad cargó a su hijo sobre sus hombros mientras caminaba, tratando de calmarlo.
Mientras viajaban rumbo a Netzarim, el punto de control israelí que separa el norte de Gaza del sur, vieron cuerpos de palestinos esparcidos a lo largo del camino, asesinados por las bombas y la artillería israelí.
Ahmad hizo lo que pudo para evitar que su hijo percibiera el horror que lo rodeaba. "Intenté evitar que Adam viera esas horribles escenas”, explica. “Ya había sufrido suficiente".
El silencio de un niño traumado por la guerra
Tras un agotador viaje de 16 kilómetros, la familia llegó a casa del primo de Ahmad en Deir Al-Balah.
Pero Adam, que solía ser un niño hablador, permanecía en silencio.
Ahmad esperaba que su comportamiento fuera temporal y que pronto comenzara a interactuar con otros niños. Pero eso no sucedió.
A medida que pasaron los días, se dio cuenta de que su hijo estaba sufriendo un trauma psicológico extremo y temía que eso lo hubiera cambiado para siempre. Durante tres semanas, Adam no habló. Y luego, cuando finalmente lo hizo, volvía una y otra vez a la pesadilla de las bombas.
"Baba, ¿por qué nos bombardean? ¿Qué hicimos?", preguntaba a su padre. Y luego repetía una canción popular que había escuchado en la radio: "Oh Allah, ¿cuándo se irá esta preocupación? Oh Allah, ¿cuándo terminará la guerra?".
Con el tiempo, Ahmad comenzó a llevarlo a jugar con otros niños en los campos de refugiados, pero su hijo no estaba interesado. Los observaba desde lejos mientras sostenía la mano de su padre.
"Mi hijo solía estar lleno de felicidad y energía. Me rompió el corazón ver cómo la guerra convirtió su infancia feliz en un constante sufrimiento psicológico”, se lamenta. “Es muy difícil para mí como padre no poderlo ayudar", añade.
Los ruidos también parecían alterarlo: desde las bocinas de los autos hasta el sonido de los aviones de guerra israelíes o los bombardeos cercanos. Ahmad dice que esto contribuyó a que Adam sufriera dificultades físicas y psicológicas, incluyendo incontinencia urinaria.
La familia tuvo que desplazarse varias veces, mudando su tienda de Deir Al-Balah a Jan Yunis y luego a Rafah, en el sur del enclave. A veces, debían alojarse en aulas de escuelas abarrotadas antes de conseguir una tienda que les ofreciera algo de privacidad.
Ahmad, quien antes trabajaba en contabilidad y construcción, ya no tenía ingresos estables, por lo que terminó consumiendo todos sus ahorros.
Generaciones traumatizadas
Luego de dos meses, Ahmad notó ligeras mejoras en el comportamiento de su hijo. Incluso volvió su interés en jugar con otros niños, sobre todo cuando su padre estaba cerca.
Sin embargo, todavía enfrenta dificultades como ansiedad por separación, sensibilidad a ruidos fuertes y timidez social.
De hecho, hay una generación de palestinos que vive ahora "traumatizada", explicó Tom Fletcher, subsecretario general de Asuntos Humanitarios y coordinador de emergencias de la ONU. "Un millón de niños necesitan apoyo en salud mental y psicosocial para sanar la depresión, ansiedad y pensamientos suicidas", aseguró.
Según la ONU, más de 17.000 niños han quedado huérfanos o separados de sus familias en Gaza, mientras que muchos han perdido el acceso a la educación debido a la destrucción de sus escuelas.
"Los niños han sido asesinados, se les ha dejado morir de hambre y de frío. Han sido mutilados, huérfanos y separados de sus familias", sentenció Fletcher.
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Volver a la pesadilla
Hoy en día, Adam vuelve una y otra vez a revisitar el trauma de perderlo todo. "Baba, ¿por qué destruyeron nuestra casa?", pregunta a su padre. “¿Y qué ha sido de mi bicicleta?”.
Antes del genocidio israelí, su padre había querido transmitirle su amor por las tradiciones palestinas, incluida la danza folklórica del Dabke. Ahora, su prioridad es encontrar tratamiento psicológico para su hijo, pero con el ejército israelí habiendo destruido 34 de los 38 hospitales de Gaza, cree que deberá buscarlo en el extranjero.
"Todo lo que quiero en la vida es ver a mi hijo ser feliz de nuevo y crecer sano para que logre sus sueños", expresa Ahmad.
Ahora, con la reanudación de los ataques aéreos israelíes la última semana, Ahmad teme revivir la misma pesadilla, sumada ahora a la crianza de Oday, su hijo de un año. "Ya saqué una vez a mi familia de los escombros”, se lamenta Ahmad. “No quiero que pasen por esa experiencia de nuevo".