La escena es así: Juan Salvo, protagonista de “El Eternauta”, la serie más taquillera del momento en Netflix –10,8 millones de visualizaciones en el mundo, Top 10 global y número uno en series de habla no inglesa–, marcha con máscara y botas por una Buenos Aires apocalíptica. Sus pisadas dejan una huella en la nieve que, en esta historia, es inusualmente mortífera.
El argentino Ricardo Darín, que encarna a Salvo, camina y, en este estudio de grabación, 300 personas lo siguen en vilo. La ciudad triste y solitaria se extiende más allá del horizonte. Pero aquí, en el estudio, Gastón Gallo –director de la productora Cacodelphia y el hombre que hace posible todo este hechizo de efectos especiales–, está más inquieto que nadie. “Es que Darín caminaba despacito ante esa ciudad infinita”, recuerda Gallo, en una entrevista exclusiva con TRT Español. “Y yo decía: ‘Este tiene que parar en algún momento’. Porque si no”, Gallo suelta una risita, “¡se chocaba con mi pantalla de LED!”.
Y sí: hasta la magia tiene un límite. Y Gallo lo sabe mejor que nadie. Pues él, de alguna forma, no sólo fue uno de los responsables de que el acabose alienígena de la serie El Eternauta se viera tan real; además, fue un precursor. Un verdadero mago.
Una megaproducción en el corazón de Buenos Aires
Para filmar los seis episodios de la primera temporada, que generarían según un reporte, un impacto de 34 millones de dólares para la Argentina, se necesitaron 148 jornadas de grabación y más de 50 locaciones reales. Entre elenco, extras y dobles de acción, participaron 2.900 personas, y un equipo extra de producción de 400 profesionales.
Para generar el efecto nieve, empolvaron de sal cuadras enteras de Buenos Aires. Y, para proveer un salvoconducto a los humanos que sobrevivían al efecto tóxico, diseñaron 500 máscaras –incluso se pensó en usar una réplica de la empleada en Chernóbil para el protagonista, pero era poco práctica–.
Sin embargo, lo más importante de la magia sucedió puertas adentro. Gallo tiene tres estudios en Barracas, al sur de Buenos Aires. En una superficie de 300 metros cuadrados de pantallas LED, puede dar vida a lo que sea: fin del mundo, invasiones alienígenas, revivir a Maradona y hacerlo interactuar con el papa Francisco. No hay nada, en apariencia, que no pueda crear, resurgir o destruir. “En dos minutos puedo pasar de la Antártida al desierto. Puedo transformar lo que sea”, señala Gallo, de 52 años. Y, a decir verdad, su propia historia es una gesta mágica de transformación.
De la pirotecnia a la magia del cine
Hasta el quiebre del siglo, el mundo conocía a Gallo como uno de los referentes de la pirotecnia a nivel mundial. Ganó premios en Shanghái, Montreal y Cannes. Incluso lo invitaron a colorear el cielo para un aniversario de la República Popular China.
Al frente de la empresa Júpiter, llegó a tener, junto a su hermano, 14 locales propios. Las bandas internacionales de rock lo convocaban para cerrar con pirotecnia sus shows, y desde Maradona hasta la modelo argentina Valeria Mazza lo contrataban para encender sus fiestas.
Sin embargo, cuando se descubrió que los animales son sensibles a la detonación de fuegos artificiales y sufren por ello, lo que era fiesta allá arriba se transformó en un silencio oscuro, donde las únicas luminarias permitidas eran la titilación de estrellas.
En lugar de quedarse de brazos cruzados, Gallo exploró con LED. Montó la escenografía del programa más visto de la Argentina, conducido por Marcelo Tinelli. “Eran pantallas que se movían y hasta el piso era de LED”, recuerda. “Una tecnología que usaban en sus giras grupos como U2. Y nosotros ya lo teníamos acá”.
Pero Gallo apostaba a otro formato. Desde siempre, fue un cinéfilo apasionado. De chico entraba y salía del cine como si fuera la puerta de casa.
Se apuntó a una escuela de cine y estudió con el ganador del premio Óscar, Juan Campanella, y la guionista Aída Bornik.
Para el 2014, estrenó su primera película: Gato negro. Y ese mismo año creó su propia generadora de contenido para el cine: Cacodelphia.
Pero como todo mago, Gallo siempre estaba a la caza de nuevos trucos.
The Mandalorian y la virtual production
El quiebre llegó viendo a otro mago: el gran George Lucas, creador de La Guerra de las Galaxias. En 2019, Lucas estrenó la serie The Mandalorian, que sumaba una forma revolucionaria de crear efectos especiales: la virtual production.
“Consiste en un gran estudio de pantallas de LED gigantescas de altísima definición preparadas para cine”, explica Gallo. “El estudio tiene sensores que se retroalimentan y corrigen pantallas en milésima de segundo, y eso genera la magia del realismo”.
Las ventajas de esta producción, dice, son innumerables. “Un rodaje tradicional genera más consumo de todo: dióxido de carbono, tiempo, dinero. Y como hay presión de las empresas para achicar el presupuesto y además emiten certificados de buena conducta ecológica, les interesa esta nueva forma de filmar”, enumera.
”Además, no se sufren interrupciones por mal tiempo”, mientras que esa hora mágica del atardecer anaranjado que los directores de fotografía buscan –algo que sucede como mucho 10 minutos cada día–, nosotros podemos hacerla durar toda la jornada del rodaje”.
Mientras incorporaban tecnología, Gallo sumaba millas aéreas de cine: fueron productores técnicos en Una especie de familia, película que llegó al festival San Sebastián, aportaron equipos en una producción de Campanella, y asistieron con sus efectos en spots publicitarios.
En 2021, estuvieron detrás del film Cuando duerme conmigo, hoy en Amazon Prime. Y reprodujeron un hospital de Nueva York y paisajes de Manhattan. “La hicimos en tres semanas”, evoca. “Fue un hito esa película. Y nos permitió crecer mucho”.
Desafío pionero en efectos especiales
“Se viene un proyecto grande”, le anunciaron en un café en Puerto Madero, en el centro de Buenos Aires, Diego Copello y Ezequiel Rossi, encargados de producción en K&S Films, poco después de la pandemia. “¿Te sumás?”. Y ese proyecto grande era El Eternauta: la biblia de los cómics de la Argentina, editada 70 años atrás, con su autor y todas sus hijas desaparecidos en la dictadura militar de los 70.
“Me vinieron a ver porque no había nadie que hiciera la producción virtual en toda Latinoamérica”, explica Gallo. “Si no, tenían que irse a Hollywood, y eso era imposible”.
Para crear la hecatombe blanca de El Eternauta, la producción fotografió cuadras y cuadras de la ciudad de Buenos Aires, siguiendo la misma técnica con la cual se crean los videojuegos realistas.
“Para que los actores interactúen con ese escenario, se precisa un espacio gigantesco, colocar elementos y hacer que todo funcione”, detalla Gallo. “Y eso fue lo que hicimos en nuestros estudios”.
Durante el rodaje, un día montaron vías de tren y las regaron con nieve. Otra jornada, un muelle. El estudio se convirtió en tantas cosas –y la nieve asesina siempre estuvo ahí– que Gallo ya perdió la cuenta.
Una vez estrenada la serie y convertida en éxito global, Gallo espera que el teléfono suene y le anuncien la inminente temporada 2. “Netflix ya la aprobó”, se entusiasma, mientras observa su estudio en silencio, expectante como un mago que contempla sus trucos antes de la función.
Y cuando la magia se apaga, Gallo es maratonista y se apunta a competir cada vez que puede. Su pasión es viajar a Italia, donde corre envuelto en el paisaje de Roma, y corre sin límites por calles que son calles, cielo que es cielo abierto como cúpula azul, y el mar que trae brisa de pescados y sal. La vida misma que, hasta ahora, ningún mago ni producción virtual ha logrado imitar. Ni siquiera él.