¿Qué tienen en común una megabanda criminal, la migración venezolana y la campaña presidencial de Donald Trump? Un enemigo útil: el miedo. En el continente americano, el miedo mata y también gobierna. Y el Tren de Aragua se ha convertido en el mejor ejemplo de cómo el pánico puede ser una estrategia política disfrazada de seguridad nacional.
Pocos días después de llegar a la presidencia de Estados Unidos, Donald Trump invocó la Ley de Enemigos Extranjeros de 1798. Argumentó que la banda criminal Tren de Aragua estaba invadiendo el país y, en febrero de este año, la declaró organización terrorista extranjera. Según sostuvo, su objetivo era proteger a los ciudadanos estadounidenses de esta banda reconocida por su violencia extrema y por sus vínculos aparentes con el Cartel de los Soles en Venezuela. Esta medida permitió al Gobierno de Trump deportar rápidamente a más de 200 personas, incluyendo venezolanos y ciudadanos de otros países de Latinoamérica, y destinarlos a una megacárcel en El Salvador.
El miedo como arma criminal
El Tren de Aragua es una organización delictiva transnacional con un sello de violencia extrema. En Colombia, se encendieron las alarmas por esta organización en 2021, cuando se encontraron 19 cadáveres descuartizados dentro de bolsas de basura, y para el 2022 ya había un saldo de 32 cuerpos con este mismo modus operandi. En ese mismo año se supo de los “Hoteles Negros”, donde la banda torturaba, asesinaba y descuartizaba a sus víctimas. En otro ejemplo, en Chile, ante un caso de explotación sexual y asesinato, el fiscal presentó como evidencia audios donde se detallaba las torturas a una víctima de explotación sexual por mantener una relación con un miembro de la banda, quien fue asesinado por romper las reglas internas.
Para esta mafia, el miedo se ha convertido en una forma de control social. Al operar generalmente en zonas vulnerables, el Tren de Aragua impone sus reglas con ajusticiamientos, extorsiones, amenazas públicas y "castigos ejemplarizantes", y así mantiene el control del territorio. La población cede ante el terror, y la organización mantiene un orden interno y externo.
¿Una megabanda criminal globalizada?
La migración ha facilitado la expansión del Tren de Aragua. Con el aumento de la población que emigró de Venezuela en 2018, la banda envió a sus primeros miembros a explorar oportunidades criminales en las rutas migratorias. Allí, tomaron control de los pasos ilegales para facilitar la migración irregular y fortalecieron sus redes para el tráfico de armas, drogas y la explotación sexual. Además, el miedo a esta organización se ha extendido con los mismos migrantes, quienes, como víctimas, difunden relatos de sus atrocidades.
Este miedo también ha copado la opinión pública y ha alcanzado a los ciudadanos de América Latina. Ante las barbaries y crímenes de extrema violencia de esta megabanda, su reputación se ha visto beneficiada por la exageración mediática que la ha convertido en leyenda. Hoy, ya no necesita demostrar su fuerza real, pues la gente está convencida que la posee.
¿Temen los Estados al Tren de Aragua?
En menos de 10 años, esta organización criminal pasó de ser una banda local venezolana que operaba desde la cárcel de Tocorón a una amenaza a la seguridad regional. Ahora tiene presencia en 12 países de América: Venezuela, Colombia, Chile, Perú, Brasil, Ecuador, Bolivia, México, Costa Rica, Guatemala, Panamá, y Estados Unidos, el más reciente en sumarse a la lista. Además, se han rastreado sus redes criminales hasta España.
Por eso, los líderes en la región han expresado una gran preocupación y buscan detener su avance, tanto individualmente como en cooperación. Sin embargo, la atención mediática por los hechos sanguinarios cometidos por el Tren de Aragua exacerba su capacidad de intimidación y evidencia las debilidades en materia de seguridad.
El desconocimiento sobre la forma en que opera esta megabanda es evidente. El Tren de Aragua no sigue los patrones tradicionales del crimen organizado transnacional: no tiene una estructura fija, no responde a una lógica estrictamente territorial ni a una jerarquía clara, a pesar de que se menciona al “Niño Guerrero” como su líder. Además, aprovecha las redes migratorias y carcelarias para operar.
Por lo tanto, para los gobiernos de la región, reconocer la presencia de esta banda implica admitir fallas en la seguridad, la migración y la justicia. Esto explica por qué la respuesta de los gobiernos a menudo varía entre el silencio (por temor a generar pánico y xenofobia, como en el caso de Perú) o la sobrerreacción (para demostrar fortaleza y proteger a los ciudadanos, como en el caso de Estados Unidos).
¿Por qué el Tren de Aragua es parte de la retórica de Donald Trump?
La presencia del Tren de Aragua en Estados Unidos ha sido documentada en ciudades como Las Vegas, Miami, Orlando, Georgia, Chicago, Nueva York y Dallas. En estos lugares, la actividad delictiva de la banda se ha concentrado principalmente en el tráfico de drogas, la violencia y los homicidios, actividades confirmadas en dos de los seis estados mencionados. Sin embargo, en los restantes el alcance de las operaciones de la banda aún se desconoce, según las autoridades.
La retórica del gobierno de Trump se caracteriza por un discurso político de confrontación, basado en el populismo y el nacionalismo. Estos elementos constituyen la base de su política de “mano dura” y el lema “Make América Great Again”, en la cual la inmigración y la seguridad fronteriza se convierten en ejes centrales de debate, asociando directamente la migración con la criminalidad.
Debido a que la expansión del Tren de Aragua ha estado estrechamente ligada a la migración venezolana, la ecuación que equipara a la banda con los migrantes como una amenaza para la seguridad nacional y pública de Estados Unidos, adquiere una mayor relevancia en la percepción cotidiana de los ciudadanos.
Esta percepción se ve reforzada por las noticias de medios extranjeros en América Latina que presentan al Tren de Aragua como una banda sanguinaria, y por el aumento de la migración venezolana (que en 2024 se estimaba en cerca de 500.000 venezolanos sin estatus legal en Estados Unidos). Esta combinación ha reforzado la falsa idea de que “todos” los venezolanos están vinculados a la organización criminal, contribuyendo a una preocupante estigmatización y xenofobia. Por lo tanto, el Tren de Aragua se utiliza como un ejemplo tangible para ilustrar los supuestos efectos negativos de la migración descontrolada y las políticas migratorias de puertas abiertas.
De esta manera, el uso político de esta organización criminal se articula con la construcción de un enemigo externo. Esta estrategia permite movilizar apoyo público y justificar la implementación de medidas migratorias extremas, como la invocación de la Ley de Enemigos Extranjeros, una legislación concebida para tiempos de guerra, no para abordar el fenómeno de la delincuencia transnacional.
Finalmente, el empleo de un lenguaje militarista, al caracterizar la presencia de la banda como una "invasión criminal", contribuye a enfocar la inmigración a través del prisma de la seguridad, lo que promueve la adopción de medidas urgentes y excepcionales. Esto, a su vez, genera tensiones en relación con el principio de la división de poderes, debido a las posibles violaciones del debido proceso y los derechos humanos de los migrantes, tanto en situación regular como irregular.