Un pueblo originario argentino lucha contra el olvido rastreando árboles genealógicos
CULTURA
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Un pueblo originario argentino lucha contra el olvido rastreando árboles genealógicosEn San Luis, Argentina, un líder del pueblo Huarpe ayuda a las personas identificar sus raíces indígenas, sepultadas tras siglos de colonización. Y sueña con crear su propia carrera universitaria.
A partir del reconocimiento de sus orígenes, Miguel impulsa lo que llama un “reencuentro con la identidad”, que combina lengua, espiritualidad y cultura material. Fotos: Lisandro Concatti / Otros
hace 6 horas

San Luis, Argentina – Durante años, Miguel Gil recorrió aulas y comunidades identificando a niñas y niños descendientes del pueblo Huarpe. Miguel es el Omta, el líder espiritual del Pueblo Nación preexistente Huarpe Pinkanta, hoy radicado en la provincia de San Luis, en el centro de Argentina.

Aunque no son los únicos huarpes. En las provincias de Mendoza y San Juan, otras comunidades habitan las tierras sobre la frontera geográfica de las tres provincias.

De niño, su abuela lo llevaba al monte con un delantal grande para recolectar plantas. En las pausas, hacían ceremonias, cantaban y bailaban. “Ahí estaba todo”, recuerda Miguel, en diálogo con TRT Español. “La lengua, la identidad, la vida".

Sus abuelos le transmitieron conocimientos esenciales que marcaron su infancia. “Todo lo que soy y transmito me lo dieron ellos”, afirma. “Las ceremonias, la cultura, la lengua. Hablar de identidad siempre me da fuerza, nunca titubeo”.

Reencuentro con la identidad

A partir del reconocimiento de sus orígenes, Miguel impulsa lo que llama un “reencuentro con la identidad”, que combina lengua, espiritualidad y cultura material.

“Hoy, por los apellidos, por la historia oral, sabemos que tres de cada diez personas en esta región –la región de Cuyo, en el centro oeste del país– son huarpes. Lo que pasa es que nadie nos preguntó, ni en la escuela ni en ningún lado, quiénes eramos de verdad”, sostiene.

Inspirados por investigaciones y con herramientas propias, el pueblo Pinkanta comenzó a recorrer un camino de recuperación cultural e identitario. En lugar de esperar políticas públicas por parte del Estado, decidieron empezar por la base: la familia y la escuela. 

En las escuelas, Miguel ha trabajado con niños que, tras armar su árbol genealógico, comenzaron a reconocerse como huarpes. En 10 años, visitó distintas escuelas públicas de la capital de la provincia de San Luis. 

Según el último censo nacional realizado en 2022 por el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INDEC), 25.615 personas en Argentina se reconocieron como parte del pueblo Huarpe. En la provincia de San Luis, fueron registradas 1.322 personas, lo que representa un aumento respecto al censo de 2010, cuando se habían contabilizado 881.

Miguel afirma que el impacto del trabajo realizado fue profundo: “Muchos comenzaron a preguntar en sus casas, a hablar con sus abuelos, a recuperar la historia familiar. Lo más emocionante era ver que ya no querían esconderlo”.

Uno de los pilares es el reconocimiento de la ascendencia indígena a partir de los apellidos. A través de los apellidos maternos y paternos de niños y jóvenes, comienzan a buscar conexiones con las antiguas familias huarpes.

Cuando esos apellidos aparecen “blanqueados” o europeizados –con origen italiano o español–, la investigación va más atrás en el árbol genealógico: hacia los abuelos o bisabuelos. Muchas veces, los apellidos originarios fueron ocultados o reemplazados. Pero cuando encuentran apellidos como Talquenca, Luna o Gatica, reconocen que hay una raíz huarpe.

Este proceso no solo implica una búsqueda de datos, sino también un despertar espiritual. Para muchas familias, conocer el origen de su apellido es el primer paso para reconstruir su identidad.

“Lo más fuerte fue que quienes no eran indígenas también querían serlo", recuerda Miguel, al referirse a cuando realizaba estas detecciones entre estudiantes de escuelas primarias de la ciudad de San Luis.

La lucha contra el racismo estructural

“Nosotros ya sabíamos que éramos indígenas, pero no lo mostrábamos”, explica Miguel. “La educación occidental que nos brindaron desde que éramos chicos nos decía ‘exterminio, negación, no existencia’. Y eso nos condicionó desde un inicio”.

A pesar de que la Constitución Argentina, reconoce “la preexistencia étnica y cultural de los pueblos indígenas argentinos”, el racismo estructural ha empujado a muchas comunidades a la invisibilidad. 

“Siempre nos decían que no existíamos, pero nuestros apellidos, nuestras ceremonias y nuestros saberes los contradicen”, dice Gil.

La teoría del “blanqueamiento”, que atravesó siglos de historia oficial, intentó borrar cualquier rastro indígena en la construcción del Estado-nación. Pero, como afirma Gil, ese plan no fue totalmente exitoso.

Lo que más duele, señala, es la naturalización de la exclusión. “Aceptan tus diferencias, pero no te incluyen. Te sacan conocimiento, pero no te reconocen como sujeto. Eso lo sufrí desde la escuela hasta hoy”, afirma Gil.

Una carrera universitaria Huarpe

Miguel Gil está convencido de que la transmisión del conocimiento no puede depender exclusivamente de la academia occidental. Por eso, impulsa la creación de una carrera universitaria basada en la cosmovisión huarpe: una propuesta donde el saber se hereda por las vivencias, no por títulos.

“Nuestra cultura es práctica. El monte te da medicina, alimento, refugio. En nuestra lengua, Yumen es el monte, Neñe la comida que da, Nurumya el remedio, Taytey la casa. Todo tiene un sentido conectado”, relata Gil.

Esa visión integral se transmite a los niños con acciones cotidianas. Desde aprender los nombres en lengua originaria, hasta hacer ofrendas de gratitud al sol y la jarilla, planta madre del pueblo Huarpe.

“Queremos formar profesionales con identidad. Un Nurumya no es solo un médico, es un sanador que entiende la relación entre plantas, cuerpo y espíritu. Un comunicador con identidad no repite lo que dice la TV, transmite la verdad del territorio”, explica Gil.

Resistencia desde el hogar

Con escaso apoyo estatal sostenido, las comunidades huarpes encontraron en el entorno doméstico una trinchera de resistencia. Gil comparte que, mientras sus hijos mayores sentían vergüenza de mostrarse indígenas, su hija menor lleva con orgullo sus nombres en lengua originaria en sus documentos de identidad.

“Mis hijos más grandes ya no querían ponerse el poncho en cuarto grado de la escuela. Hoy, los más chicos hacen sus fiestas de 15 con ceremonia huarpe. Eso quiere decir que algo cambió”, explica Gil.

Aún así, la lucha no ha terminado. La lengua huarpe no está oficialmente reconocida, y muchos proyectos educativos se frustran al entrar en tensión con los saberes institucionalizados por los blancos occidentales, como señalan desde la comunidad.

Volver a mirar lo propio

El mensaje de Gil no se termina en su comunidad. Tiene una dimensión universal. Frente al cambio climático, el desarraigo y la pérdida del vínculo con la naturaleza, la cultura Huarpe –como muchas otras– ofrece alternativas.

“Estamos rodeados de algarrobos y chañares –árboles autóctonos de la región de Cuyo–, y nadie los usa. La gente compra remedios caros y no sabe que tiene todo al lado de su casa”, dice. 

“Nuestra vida es práctica, vivencial. Si un niño aprende que esa fruta sirve para curarse, para comer, para construir, va a tener herramientas para toda su vida”, agrega Gil.

Ser huarpe hoy es, según Gil, “vivir a contracorriente”. Es elegir prender un fuego en lugar de un hornillo a gas, recolectar un té en vez de comprarlo, hablar con la primera estrella del día antes de encender el celular. “Vivimos una lucha constante entre la identidad y la vida moderna. Pero resistimos porque tenemos raíz”.

El documento de identidad, con nombres en lengua originaria, es un acto de resistencia. “Que la lengua esté en el DNI significa que no se puede borrar. Es una semilla firme para volver al camino”.

Gil cree que el pueblo Huarpe tiene mucho que enseñar. “Frente al cambio climático y al caos del mundo moderno, nuestra cultura ofrece otra forma de vivir, de sanar, de amar. Tenemos conocimientos que pueden salvar vidas. Solo falta que nos escuchen”.

Sostiene que la naturaleza empieza a hablar para despertar al mundo. “Espero que un día un árbol camine, un animal hable”, enumera Gil y concluye: “Y así la humanidad entienda que hay otro camino posible”.

FUENTE:TRT Español
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